La llamada del planeta
Desde que empezó el confinamiento he pensado mucho en las ballenas y los tiburones con los que he buceado, en los conejitos que me encontraba en el campo cuando salía a correr, en las gaviotas que descansaban en la orilla del mar en verano, en los leones y las jirafas que he contemplado en el Masái Mara… y me he preguntado qué pensarán ahora todos esos animales, y sobre todo me imagino cuánto estarán disfrutando mientras la humanidad parece haber desaparecido.
Cada día me lo recuerdan los cánticos de los pájaros que resuenan en pleno centro de Madrid, o ese cielo lleno de estrellas que había desaparecido de las grandes ciudades.
Nuestro planeta llevaba mucho tiempo asfixiado debido al ritmo de vida que llevamos, totalmente letal para los ecosistemas y los recursos naturales. Sólo en estas últimas semanas en el continente europeo la atmósfera se ha limpiado notablemente de dióxido de carbono gracias al parón del tráfico.
Desgraciadamente esta pandemia nos está sirviendo como ensayo para luchar contra el cambio climático: el planeta necesita que busquemos nuevos modelos de producción y obtención de energías, necesita que nos adaptemos a una forma de vida más sostenible y menos consumista. Para sobrevivir, nuestro planeta necesita que todos pensemos más en él y nos quedemos más en casa.
Creo que la parte positiva de esta cuarentena nos puede ayudar a abrir los ojos y a darnos cuenta de lo dañino que es el sistema de consumo que mueve el mundo.
Es un buen momento para evolucionar y salir de la vorágine en la que habíamos convertido nuestra vida, recuperando un tiempo de mayor calidad con los que convivimos. La evolución está en nosotros mismos, en las personas. Aprovechando para todo eso que siempre nos hubiera gustado hacer: dormir, leer, pintar, cocinar…